La Paciencia Mueve Montañas

Una guía para padres que suelen exasperarse

 

Frustración

 

*Susan Spicer

 

Esta mañana ayudé a mi hija, de ocho años, a repasar la ortografía de algunas palabras que habíamos revisado la noche anterior. Cuando cometió el mismo error tres veces seguidas, le dije:

 

-¡Piensa, Annie! ¡Deletrea la palabra! A-S-T-R-O-N-A-U-T-A.

 

Los Ojos se le arrasaron y me miró angustiada. No era mi intención arruinarle el desayuno ni socavar su confianza en sí misma, pero eso fue lo que hice.

 

¿Por qué? Porque perdí la paciencia. Algo tan fácil de perder y tan difícil de encontrar, pero que es esencial cuando se trata de lidiar con niños. En un estudio realizado en 1999 por los psicólogos Harvey Mandel y Harold Minden, de la Universidad de York, en Toronto, Canadá, la paciencia encabezó la lista de las habilidades que los padres pensaban que debían tener. Y la impaciencia fue la actitud que menos querían transmitir a sus hijos.

 

Pero, ¿es innata la cualidad de tolerar los berrinches de un pequeño o la rebeldía de un preadolescente, o podemos aprender a ser más pacientes? Para cultivar la paciencia, Jon Rabat-Zinn, experto en reducción del estrés de la Universidad de Massachussets, aconseja practicar el arte de concentrarse en soportar ciertas situaciones. Solemos fallar en esto con niños que son lentos o remolones porque nuestra mente está ocupada en otra cosa; por ejemplo, en los pendientes del trabajo.

 

Para la psiquiatra canadiense Freda Martin, ser paciente a menudo es una opción. Uno elige prestar atención a algo porque sabe que es importante; por ejemplo, esperar junto a la puerta mientras su pequeño hijo batalla para atarse los zapatos, porque uno sabe que dominar esa habilidad lo ayudará a adquirir confianza en sí mismo. Sin embargo, dice Martin, “uno no debe esperar eternamente”. Puede levantar al niño con todo y zapatos y decirle “Es hora de irnos”, sin perder la paciencia ni enojarse.

 

El objetivo es evitar perder el control de la situación y de nuestras emociones. “Cuando uno pierde la paciencia, casi siempre es a causa de la frustración”, explica Rabat-Zinn. “Este sentimiento es negativo, y el peligro es dejarse arrastrar por él”.

 

En vez de dejarse arrastrar, añade Martin, uno puede aprender a controlar sus emociones. Aprender a ser más pacientes consiste, en parte, en adquirir algunas habilidades a las que podamos recurrir cuando estemos a punto de perder el control.

 

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1. Modere sus expectativas

 

Gary Walters, profesor de psicología de la Universidad de Toronto, dice que nuestras expectativas respecto al comportamiento de nuestros hijos pueden sobrepasar las capacidades de ellos según su grado de desarrollo. Si lleva usted a una boda a un pequeño vestido con un esmoquin incómodo, el niño no estará contento ni se mantendrá quieto durante la sobremesa, y si usted espera que lo haga, señala Walters, “acabará en un circulo vicioso y lo más probable es que pierda la paciencia”. En lugar de eso, levántese, salga a dar unas vueltas con el niño y permita que se ponga alguna prenda más cómoda después de la sesión de fotos.

 

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2. No olvide comunicarse

 

La impaciencia a veces es producto de la falta de comunicación. Karen Elliott, de Stoouffville, Canadá, tiene dos hijas, Meghan, de 15 años, y Lauren, de 11. Refiere que una de las cosas que la sacaban de quicio era la aparente negligencia de las chicas respecto al orden en la casa. Tropezarse todo el tiempo en la cocina con sus mochilas la volvía loca. “Me enfurecía porque no podía creer que no se percataran del problema”, dice. “Pero luego, finalmente, ¡puse ganchos en la pared de la cocina! Mis hijas comentaron: “Nunca nos dijiste dónde teníamos que ponerlas”. Una pequeñez, pero resultó un gran remedio.

 

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3. Adáptese al ritmo del niño

 

Patrick y Michelle Bartola, matrimonio canadiense, se dieron cuenta de que hacer ajustes a su ritmo de vida para adecuarlo al de sus hijos, Gabriel, de cinco años, y William, de uno, los ayudaba a mantener la calma.

 

Michelle comprendió que Gabriel necesitaba mucho más tiempo para desayunar del que ella le permitía en las mañanas en que lo llevaba a la guardería. “Prefería levantarme más temprano a enojarme”, cuenta. “A veces, en lugar de frustrarme, ponía los panecillos en una bolsa para que se los comiera en el camino”.

 

Niño Comiendo 

 

4. Controle sus impulsos

 

Si tiende a reaccionar de manera impulsiva, corre riesgo de frustrarse fácilmente. Necesita aprender a reconocer las señales de que está perdiendo la paciencia y calmarse, señala Walters. Hacer una pausa es la primera medida que conviene tomar. “Vaya a otro cuarto, respire profundamente o cuente hasta 10; entonces decida qué hacer y hágalo”, añade el psicólogo. Después de la pausa, podrá retomar la situación con la mente despejada y una solución razonada.

 

Esta estrategia suele ser muy eficaz con niños mayores que tienen un mal comportamiento recurrente; por ejemplo, dejar la barra de la cocina llena de restos de bocadillos todas las tardes. ¿Cómo negociar para que limpien sin dar manotazos ni gritos? “Es buena idea reservar una hora del día para tener una plática con los niños”, dice Joan Bower, consejera de padres de Nueva Escocia, quien tiene cinco hijos y dos hijastros. “Hable con ellos cuando esté calmado y hágales saber cómo se siente”.

 

Control de impulsos 

 

5. Reconozca las nubes de tormenta

 

El temperamento –tanto el de usted como el de sus hijos- puede volver más difícil el reto de tener paciencia. “Siempre supe que no iba a ser una madre muy paciente”, admite Linda Davis, quien, junto con su esposo, Jim, esta criando a sus tres hijas, de entre siete y 15 años, en Peterborough, Canadá. “Provengo de una familia donde todos eran explosivos, y cuando mis hijas eran más pequeñas, yo explotaba todo el tiempo”.

Luego nació Laura, hoy día de siete años, y desde el principio mostró ser una niña impulsiva, inestable, que se frustraba con facilidad. “Se pasó todos los años de preescolar haciendo berrinches”, cuenta su madre, “y yo me dejaba llevar por su mal genio”.

 

Para resistir ese impulso, Linda tuvo que aprender a apartarse y a reconocer sus propias emociones. Ahora, después de años de práctica, afirma que ya pocas cosas la exasperan.

 

Aunque es un reto difícil porque el temperamento exacerba las emociones, los padres pueden aprender a controlarse. “Uno debe reconocer que la explosividad es un problema”, dice Walters, “y luego tratar de averiguar qué la provoca”. Lo importante es entender que se puede cambiar de conducta, pero como esto requiere tiempo y práctica, uno necesita estrategias para reaccionar en las situaciones tensas; por ejemplo, lo que Linda Davis aprendió a hacer: apartarse.

 

 Control

 

6. Sea tolerante, pero sin exagerar

 

Por supuesto, es imposible ser paciente todo el tiempo, y tratar de ocultar la frustración fingiendo calma no les sirve a los niños. Martin y Walters consideran conveniente hacerles ver que su mala conducta nos irrita, pero la manera de expresar el enojo es lo que les enseña a controlar sus propias emociones. Y es importante poner atención a nuestra impaciencia porque es una luz roja: una señal de que algo anda mal y hay que corregirlo.

 

“Se puede llegar al punto en que uno pierde el control todo el tiempo y no resuelve nada”, comenta Karen Elliott. “Yo me sentía agobiada por el trabajo, mi familia y los compromisos de la iglesia. Perdía la paciencia con mis hijas, pero no con las demás personas que me presionaban”.

 

¿Por qué es mucho más fácil ser pacientes con nuestros compañeros de trabajo y nuestros amigos que no nuestros hijos? En parte, porque los niños no pueden defenderse. “Tenemos mucho poder sobre nuestros hijos, y es fácil abusar de él”, explica Martin. “En cambio, si somos impacientes con otros adultos, es muy probable que nos lo reclamen”.

 

Tras mi intolerante reacción con Annie en el desayuno, me levanté, salí a la calle a caminar un poco y, cuando regresé, le dije:

 

-Lo siento, estoy cansada y no debí desquitarme contigo. Te estás esforzando mucho. –Y añadí-: Los astronautas necesitan tomar dos tazas de “T” cuando viajan por el espacio.

 

Funcionó. Deletreó bien la palabra, y las dos nos sentimos mejor.

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